Las lágrimas me saben saladas, la carne me sabe igual; hay un momento inoportuno en el que lo salado intensifica, sazona el momento; un momento en el que lloro, otro momento en que te estoy casi comiendo a mordidas. Varios momentos en que el pensar en la existencia clarifica el deseo vil de la memoria, mismo momento en el que no recordaba y muestro un gesto como de dolor al hacer un esfuerzo por tratar de recordar algo, sin nada que oler para poder hacerlo, mucho menos tocarlo, porque no me confiere a mí el hecho de aprender lo nunca me han enseñado.
Ocasiones varias, en las que me encuentro tirada en el suelo, desnuda, siento frío y calientes los ojos de no poder dormir, una almohada deteniendo mi cabeza, y una lectura abandonada rosando con mis dedos. Existen momentos inoportunos, cuando callo y lloro, cuando marcho y sonrío, cuando leo y reflexiono, cuando pretendo y luego… estática.
Tengo guardados momentos que aún no he vivido, momentos que los encuentro aún distantes y malintencionados cuando se quieren apresurar a ser vividos. Un momento intenso, lleno de suspenso en el que con una extraña melodía de Penderecki como de fondo, se cumple lo que se sabe sucederá…. ¡Puras tautologías!
Meros soliloquios, al final todo hombre sabe, morirá, intentará pues así, vivir de una manera en que lo salado, no sepa sino a gloria, sino a paz, sino a una mera pretensión de culminar en el hecho de la existencia.
Dame pues lo salado de la vida, de las lágrimas y del sabor de tu piel.
Este me agradó...reflexión esporádica (lo cual es una beata contradicción)...
ResponderEliminar...y hasta que en la boca nos quede el sabor salado de la tierra del sepulcro...
A mí los cuerpos no siempre me saben salados, nada más cuando hay esfuerzo de por medio =)
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